La expedición decidió llevar la recién descubierta vacuna a América, para después recalar en Asia (Manila y Macao) enseñando a los médicos locales cómo aplicarla brazo a brazo, es decir: como la viruela de las vacas no podía transportarse en tejidos o en cristal, solo podían ser seres humanos los que la llevasen. Los niños que no hubieran pasado la viruela eran los elegidos para vacunarse con la «viruela vacuna». Con las pústulas de el niño al que se había vacunado anteriormente se vacunaba al siguiente: brazo a brazo. Por ello, esos primeros portadores de la vacuna fueron, junto con su cuidadora y enfermera, Isabel Zendal, clave para acabar con el mal que azotaba el mundo, y que tan solo se pudo erradicar completamente en 1980